viernes, 17 de junio de 2011

Del dolor y sus milagros


Dicen las enseñanzas toltecas que el camino del guerrero es la lucha entre el cielo y el infierno. En mi infierno el dolor se presenta y me arrastra hasta lo más hondo de mi inconciente. Escribir sobre esto me resulta espinoso, en mi interior salta una voz que me dice –Graciela: ¡De eso no se habla! Hace días que vengo masticando las palabras para tocar el tema. La cosa no es tan sencilla como contar el paisaje cuando salgo en bicicleta.
En el año de los pájaros y la belleza el dolor me ha atravesado de lado a lado desdibujándome los contornos. Vacía me dejo. Para definirlo, diría que es un hueco por donde se escapa la alegría. Un día me levanto y nada tiene sentido, nada es lo solía ser.
Soy una chica leída y se que cuando las personas atravesamos estos trances se deben a profundos procesos de cambio y transformación. Mucha gente lo vive y mucha otra no tendrá idea de lo que estoy hablando.
La bicicleta la trajo mi necesidad de combatir el agujero negro que me venia tragando, el dolor de los poetas, el de los suicidas. Lo conozco, lo miro a los ojos de vez en vez, cuando me toca atravesar una de esas crisis que me dejan desvencijada y rota, pero sobrevivida, al menos hasta ahora. Estoy como el enfermo que después de una larga agonía sobrevive a su peor noche de fiebre. Débil pero entera. Disfrutando cada aliento como si fuera el último. Bailando en círculos mientras sacudo ramas de ruda, para espantarle el campamento a la tristeza. ¡Que ya esta! ¡Que ya me Lave! ¡Que fue suficiente!
Hay muchas razones que explican el vacío existencial: que la pérdida de los instintos, que las preguntas sin respuestas, que la duda, que la muerte, que la vida. Es tan tangible como este teclado que ahora acaricio.
Hace unos días en el parque al que voy siempre, me encontré con un pichón de hornero. Se había caído del nido, estaba con frío y agotado de tanto piar llamando a los padres. Sin otra cosa que hacer, me lo traje a casa. Lo puse en una caja cubierto con un pulóver azul. Cuando vi que el pichón no quería comer supe que se iba a morir. Como siempre, me escuche a mi misma reclamarme, por involucrarme en una situación con la cual no podía hacer nada. Ahí me acorde de los perros del parque, viven en grupo y en estado casi salvaje, llegaron al lugar inmediatamente después de que levante al hornerito. Por eso lo traje, me contesté.
El pichón murió ese mismo día. Salí un rato y cuando volví ya se había ido. Estaba en su cajita con los ojos abiertos, sentado, tranquilo. No había ni dolor ni miedo en su actitud. Se murió sin miedo y eso no es poco.
Cuando le conté esto a una amiga me dijo que todos somos el hornero, todos los perros, todos el pulóver azul, todos Graciela acompañando al hornero a morir tranquilo. ¡Me encanto lo que dijo mi amiga! ¿Será que a veces duele tanto estar viva porque he olvidado esto? Que soy una parte de todo y todo es parte mía. Lo que se clava en mi carne es vida pariéndose, muriendo, pariendo otra vez, todo el tiempo.
Lo maravilloso de transcurrir esto y aceptarlo ha sido que este año, como nunca antes, puedo conectar con el otoño y su belleza. Hoy viví “Uno de esos días” día de milagros. Día de mirar al cielo y sentirme muy, muy bien. Maravillada. El sol pegaba en un amarillo perfecto, el atardecer tuvo los tonos justo. Por primera vez pude mirar a mí alrededor y decir: es bello el invierno. Respire conciente del aire que llenaba mis pulmones. Estuve viva en un día perfecto.
Poder apreciar esto, quizás se lo deba al dolor. Porque una vez que ha pasado la conexión con la vida se hace más fuerte, la transformación es mas profunda.
Lo veo alejarse y no lo despido, los dos sabemos que va a volver. Un día sin aviso se va a presentar para una nueva batalla. Aquí me va a encontrar, mirando el sol.

16 de junio del 2011

La Bicicleta y las palabras


La bicicleta, siempre la bicicleta.
De un lado los sauces y el arroyo contaminado, del otro algunas casas pobres. En el medio nosotras, por el camino de tierra lleno de pozos, vidrios rotos y cascotes. Al miedo le dije: vos te quedas en casa, nos vamos solas. Aquí estamos, en un nuevo desafío queriendo llegar al río por otra puerta.
Estoy aprendiendo a estar en los lugares a los que voy de Excursión. Aprendiendo a pedir permiso y quedarme mirando, oliendo, escuchando. Quieta, muy quieta, tanto que ni los mosquitos me molestan, tanto que las abejas pasan sin notarme. Estoy descubriendo que el mundo esta lleno de mariposas, pero se esconden. Ya que para que se rebele la belleza, hay que detenerse y hacer silencio. Las variedades y formas son sorprendentes. Hasta una mariposa negra alcance a distinguir a lo lejos.
Pájaros en una diversidad que desconocía por esta zona. Desde los caranchos trazando sus círculos en el cielo, hasta otros del tamaño de un colibrí. De lo macro a lo micro, cuando me quedo quieta la naturaleza me muestra su espectáculo y es grandioso, realmente grandioso.
Pensaba en palabras, que de tan usadas se volvieron frases hechas”El maravilloso espectáculo que nos ofrece la naturaleza” es perfecta para describir lo que me encuentro cuando salgo de paseo, perfecta. Pero de tan repetida, no tiene contenido para decir lo que se quiere expresar.
¡Que cosa las palabras! ¡Siempre las mismas! Mientras pedaleo, me digo que tengo que recorrer caminos nuevos todos los días. Porque el paisaje cambia constantemente, pero miro lo mismo por costumbre. Como una frase hecha del andar por la vida.
Quizás con las palabras tenga que hacer lo mismo, siempre suenan distintas aunque las repita constantemente. Buscarle el camino diferente, para que cuando diga “La naturaleza nos ofrece un maravilloso espectáculo de flores y pájaros” quien me lea me pueda ver y oler en este rincón del mundo, que contaminado y todo como esta, despliega ante mis ojos la mas bellas de sus funciones.
Por estos días hice una gran fogata y queme papeles viejos. Del fuego fueron escapando muchas palabras, libres al fin de su cárcel de papel amarillo. Renovadas y relucientes, nuevas otra vez para ser degustadas.
Palabras que huyeron de viejas postales, de tarjetas de quince, de amigos y amores que ya se fueron. Subieron al viento - que no se las lleva, las distribuye- y las deja colgadas de las hojas de los árboles, de los faroles. Enganchadas como abrojos en las puertas.
¡Así que tenga cuidado Señor, Señora!, porque doblando en una esquina se les puede presentar un: “Te amo”. De abajo de un zapallo le puede saltar: “Querida amiga, tanto tiempo sin verte”. Escondida en un helado le puede entrar a la boca un: “Te quiero tanto, pero tanto, tanto, que me doles en todo el cuerpo”. Cruzando una avenida se puede hallar con: “Querido hermano: no sabes lo que te extraño”. Aunque se escondan debajo de la cama, igual los van a encontrar.
Las palabras andan sueltas renovadas por el fuego, jugando con en aire. Se meterán en sus ojos y quien le dice que en una de esas, pueda ver el cielo, el agua, las flores y deleitarse otra vez con este maravilloso espectáculo de estar vivo disfrutando.


Mayo 2011

La bicicleta y el río


Estos son días de pedalear y buscar. Buscar con que llenar el tanque vacío que me he vuelto, con el fondo limpio a fuerza de soplarme los mocos, pero fondo al fin.
En la búsqueda por fin encontré el camino al río. Mientras lo recorría pensaba que la tierra pagaba mi infierno. Lo que sembraba el camino no eran flores rojas y amarillas sino pañales descartados, botellas de plástico, vidrios rotos, carcasas de autos abandonados. Todas desparramadas al costado y dentro del arroyo Santo Domingo.
Por fin, una pierna adelante y la otra también, me lo encontré al río marrón vendaval de agua que huye. Junto al basural me lo encontré, en la costa de Villa Dominico.
Ahí estaba el Río de la Plata que trajo a Mendoza y a Garay, con todo el esplendor de su belleza jugando con el horizonte. Ahí, pagando con mi infierno, devolvía a la orilla todos los tributos hechos que el nunca pidió.
Con generosidad de hermano mayor, ese primer día me dio la bienvenida con uno de sus milagros: Todos los arbustos de la orilla estaban poblados de mariposas, en una cantidad tal, como no veía desde mi infancia. Grandes mariposas rojas y negras volaban de un lado a otro ante mis ojos asombrados. Había blancas y amarillas, chiquitas y grandes entre los pañales descartados y las botellas vacías.
Otro día en que me atreví a excursionar más descubrí un árbol lleno de flores blancas. Milagro del río, me dije. Debajo de esas flores busque refugio y sombra. La tierra va a sobrevivir, sentí que decían, nosotros…
El río marrón, contaminado, plagado de plagas, me regalo unas piedras hermosas esa tarde. El sol mandaba mensajes en clave Morse espejándose en el agua. Me esforcé, pero el mensaje no alcance a descifrarlo. Se ve que no entiendo ni arameo ni Morse.
Por el aire andaban los albatros pescando (creo, no se de pájaros) en la orilla del arrollo garzas de un blanco inmaculado alimentándose entre los desperdicios ¡Blancas! La madre protege a sus criaturas. Habrá que ver como ser, una criatura de la madre.
En estos días vacíos salgo a llenarme de pájaros y flores. Miro los árboles, descubro veredas nuevas -como el camino que lleva a las quintas- con escuela rural y todo. Su ruido a selva, a agua, a grillo. ¡No podía creer que estaba en Dominico! me sentía en Entre Ríos, hundida como estaba, en la vegetación que crece a lo largo del recorrido.
En esta vida de maceta a la cual estoy habituada, me digo que no quiero estar parquisada, quiero brazos de arbustos, corazón de agua y plantas acuáticas (aunque traigan mosquitos y  el mosquito el dengue y…¡Basta!) Piernas de río quiero.
Entre el cielo y la tierra el río. Ahí me quede un buen rato, hecha orilla, mirando.

Mayo 2011

El mundo en bicicleta

En este apasionado romance que estoy viviendo con mi bicicleta nueva, la nena (mi bici) y yo salimos a descubrir el mundo con el mismo coraje con el cual Colon debió partir en busca de las indias. Ya sabemos que para América no venia, se la encontró en el camino.
Para ubicarnos geográficamente les cuento que vivo en Wilde (zona Sur del Gran Buenos Aires) Salimos la nena y yo hasta las flores al fondo, completamente al fondo. Hasta llegar al puente que lleva al ceamce, complejo ambiental que esta todo parquizado y muy bonito visto desde afuera. Pero no me dejaron pasar porque es privado y no puede entrar la gente publica, como yo. Ahí, a un costado de la autopista Buenos Aires-La plata, me encontré con un rincón salvaje. En ese recodo entre el cemento y la civilización el agua se junto y la madre con su infinito poder transformador armo un espacio salvaje lleno de pájaros, arbustos, flores. Verde, muy verde.
Soy curiosa, muy. Eso me hace recorrer caminos intransitables y meterme en lugares poco recomendables. Ahí estaba yo mirando los pájaros maravillada, cuando caí en la cuenta de todos los miedos que la civilización me trajo: miedo a que me roben, miedo a que me maten, miedo a que me pique algún bicho y me haga roncha, miedo a los lugares poco habitados, miedo si es muy distinto, miedo a ir muy lejos de casa, miedo, miedo, miedo. Hay algunos que están tan bien vestidos que dejan de ser miedos para parecer razones.
Pensaba todo esto pensando, que este rincón verde se armo porque seguramente la gente no se acerca mucho a ese puente ya que del otro lado esta todo el predio rellenado con basura, la nuestra, y es privado además. Nadie quiere caminar sobre basura, aunque sea de una. Los pájaros, arbustos y mariposas agradecidos.
Pero, siempre hay un pero, pensando como quien piensa, me acorde de Gloria. Ayer, sobre las escalinatas del ministerio de economía, inconciente. Éramos un grupo de personas tratando de ayudarla. Yo la miraba. Con sus treinta años, su mamá que vive en Lanus Oeste, marido y no se si hijos, con todo esto, su mundo se apagaba. Todo lo que amaba y temía se apagaba junto con ella en las escalinatas del ministerio, todo su paisaje y su misterio.
Vivo desbordada por la belleza que hay en el mundo. A veces me paro delante de algún palo borracho todo lleno de flores rosas o blancas y le pregunto ¿Cómo haces? Parece que me sonriera, socarrón, y me dijera: Como vos.
Vivo maravillada por todo el amor que hay en el mundo –porque no puede haber belleza sin amor- por más que me quieran convencer de lo contrario y me digo ¿De donde viene todo esto? Los árboles me miran y es como si sonrieran, socarrones.
Ayer el mundo de Gloria se apagaba, hoy me pregunto como será este mundo cuando todas las llamas se apaguen. ¿Cómo será el paisaje cuando no estén nuestras luces para mirarlo? ¿Seguirá tal como lo conocemos o se ira extinguiendo y borroneando en la medida que la cera de la ultima luz se consuma hasta la ultima gota y se apague la llama que lo ilumina?
Mientras volvía de un lado de la calle veía una clase media con aspiraciones y de la vereda de enfrente otra que no esta tan asfaltada. En el medio los árboles dando sombra y flor para un lado y otro. Que cosa los árboles- Me dije.
Mi mente es un balde lleno de agujeros.
Mayo 2011