miércoles, 25 de abril de 2012


La reina y yo
En los últimos cuatro meses me he mudado dos veces. Toda mi vida de estos años entró en unas cuantas cajas. Volví a vivir en Buenos Aires, veintiún años después y cuando ya no lo esperaba. Son días de profunda transformación.

Para hablar de Buenos Aires apelo a un recuerdo de mis catorce años. Papá nos trajo a todos a pasar unos días con  la familia. Veníamos de un pueblo que en ese momento no llega a los cinco mil habitantes. De pronto me encontré en Carlos Pellegrini y Lavalle. Dos ojos eran poco para abarcar lo que veía: Cines, negocios, Pumper Nic y sus hamburguesas gigantes, un mar de gente en continuo movimiento.  Era noche y Lavalle irradiaba en luces de neón, carteles, gente, música, borracha de Buenos Aires quede esa noche y todavía me dura.

Se dice que es bella que es puta que es santa que tan europea que tan cosmopolita. Nos regala el privilegio de pasar desapercibidos. Para mi fue un paraíso de libertad en los ochenta venia de la realidad controladora del pueblo, acá mis shorts no eran tan cortos ni mis remeras tan descaradas. ¡Muerto el perro se acabo la rabia! De pronto ya no hubo más rebelión, solo adaptación al nuevo entorno.

Por los noventa, casada y con mi primer hijo en brazos nos fuimos a vivir a Wilde y allí trascurrió la crianza de los hijos, la vida,  todos estos años con domicilio en zona sur. Igual la visite diariamente: trabajo, trámites, estudios, salidas, siempre me trajeron a la Reina del Plata aunque el domicilio real fuera otro. El real, porque en mi documento siempre estuvo el primero, el del departamento que me albergo cuando hace ya casi treinta años, vine traída por vientos santafesinos.

Ahora, respirando nuevamente como local la miro y la descubro. Un paisaje diferente en esta ciudad tan entrañablemente conocida. Me albergó Parque Chacabuco y la calidez del hogar de una amiga que compartió conmigo su techo, sus hijos y el parque: bello, frondoso. Desde ahí descubro los atardeceres nacarados de esta amiga reencontrada. La bicicleta se aprende el camino al Parque Roca bajo los árboles de la avenida. La belleza de esta ciudad, en recorridos nuevos.


Buenos Aires, siento que Latinoamérica te esta ganando. Me gusta tu mixtura de colores y sonidos, las ferias en tus plazas. Me gusta Pompeya llena de peruanos y bolivianos. La feria en el bajo flores que me hizo sentir en El Alto. Entrar al mercado de Carlos calvo y Bolívar un pedacito de San Telmo inmutable al paso del tiempo. Parque Patricios y su impronta de barrio (Esta igual que en mis recuerdos de la infancia). Tantos provincianos como yo cobijándose en tus calles. Entre esta actitud mezcla de superados y analizados, que tiene la población porteña, tan barrial y cosmopolita al mismo tiempo.

En este volver después de haberme ido, te voy descubriendo los pliegues, los rincones. tus bulevares fastuosos a fuerza del verde de los  paraísos. Bares atemporales, vecinas con changuitos. Avenida Santa fe y su toque de chica con clase. Plaza San martín y su derroche de arquitectura, una tarde que lloviznaban flores de palo borracho.

Con un pie en la línea de salida al próximo viaje, abierta mi alma al dibujo del universo, te miro desde un balcón selvático de Palermo. Espero la campana de largada, pero mientras tanto te disfruto hasta el ultimo pliegue, se que entre todos los regalos que me diste esto años, hay uno que es el mas preciado. El inmenso regalo de tener un lugar amado a donde volver. Siempre.