Estos son días de pedalear y buscar. Buscar con que llenar el tanque vacío que me he vuelto, con el fondo limpio a fuerza de soplarme los mocos, pero fondo al fin.
En la búsqueda por fin encontré el camino al río. Mientras lo recorría pensaba que la tierra pagaba mi infierno. Lo que sembraba el camino no eran flores rojas y amarillas sino pañales descartados, botellas de plástico, vidrios rotos, carcasas de autos abandonados. Todas desparramadas al costado y dentro del arroyo Santo Domingo.
Por fin, una pierna adelante y la otra también, me lo encontré al río marrón vendaval de agua que huye. Junto al basural me lo encontré, en la costa de Villa Dominico.
Ahí estaba el Río de la Plata que trajo a Mendoza y a Garay, con todo el esplendor de su belleza jugando con el horizonte. Ahí, pagando con mi infierno, devolvía a la orilla todos los tributos hechos que el nunca pidió.
Con generosidad de hermano mayor, ese primer día me dio la bienvenida con uno de sus milagros: Todos los arbustos de la orilla estaban poblados de mariposas, en una cantidad tal, como no veía desde mi infancia. Grandes mariposas rojas y negras volaban de un lado a otro ante mis ojos asombrados. Había blancas y amarillas, chiquitas y grandes entre los pañales descartados y las botellas vacías.
Otro día en que me atreví a excursionar más descubrí un árbol lleno de flores blancas. Milagro del río, me dije. Debajo de esas flores busque refugio y sombra. La tierra va a sobrevivir, sentí que decían, nosotros…
El río marrón, contaminado, plagado de plagas, me regalo unas piedras hermosas esa tarde. El sol mandaba mensajes en clave Morse espejándose en el agua. Me esforcé, pero el mensaje no alcance a descifrarlo. Se ve que no entiendo ni arameo ni Morse.
Por el aire andaban los albatros pescando (creo, no se de pájaros) en la orilla del arrollo garzas de un blanco inmaculado alimentándose entre los desperdicios ¡Blancas! La madre protege a sus criaturas. Habrá que ver como ser, una criatura de la madre.
En estos días vacíos salgo a llenarme de pájaros y flores. Miro los árboles, descubro veredas nuevas -como el camino que lleva a las quintas- con escuela rural y todo. Su ruido a selva, a agua, a grillo. ¡No podía creer que estaba en Dominico! me sentía en Entre Ríos, hundida como estaba, en la vegetación que crece a lo largo del recorrido.
En esta vida de maceta a la cual estoy habituada, me digo que no quiero estar parquisada, quiero brazos de arbustos, corazón de agua y plantas acuáticas (aunque traigan mosquitos y el mosquito el dengue y…¡Basta!) Piernas de río quiero.
Entre el cielo y la tierra el río. Ahí me quede un buen rato, hecha orilla, mirando.
Mayo 2011
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