viernes, 8 de julio de 2011

Soledad, divino tesoro


El río me llama y voy a su encuentro. Pedaleando palabras, masticándolas, respondo a su llamado de agua. Como una loba en celo, como una amante ansiosa acudo a su voz. Me desarmo ante la belleza de los árboles, desnudos, en el frío de este invierno. Belleza del mundo todo envuelto en hojas secas y tonos sepias.
El viento acompaña mi escape al encuentro del amante, en esta libertad que me da ser la única dueña, de mi cuerpo, mi vida y mi historia.
Recuerdo que hubo una época en que todo vacío lo llenaba la risa de mis hijos, ahora crecieron y se ríen sin mí. En esta nueva independencia que he ganado en estos años, la soledad me trajo algún disgusto y más de una alegría. Ella puede ser una enemiga o una aliada, depende del aprendizaje de cada uno.
En mi caso es una amiga fiel, hemos aprendido a vivir juntas. Le conozco casi todos los disfraces, la he visto seguirme en alguna relación. Ha venido a fiestas, al trabajo, me ha acompañado a criar a los hijos. Sin embargo nunca pude tratarla como enemiga. Después de todo, cuando las luces se apagan y se cuelgan de la percha los disfraces; cuando la escenográfía desaparece, una se queda sola, con la que de verdad es.
La que soy cuando nadie me mira. En este estado de despojo siento el latido del universo. El animal social que soy se relaja y deja a la vida realizar su enseñanza. Machado conversaba con el hombre que iba con el, yo, con la mujer que siempre me acompaña.
Hablo de soledad y recuerdo la chica de plaza once. Hace unos años, cuando iba a terapia, la solía ver a la salida del consultorio. Iba siempre caminando sola, pero como del brazo de alguien, hablando con una persona que era invisible a mis ojos de transeúnte. Va charlando sola con el amor que aun no llegó -pensaba yo. Varias veces la encontré. Un día –el recuerdo es tan confuso que no se si lo soñé o lo viví- la vi con un señor que la acompañaba, tomados del brazo los dos, hablando de sus cosas.
Voy en busca del río y de los hilos que me unen a el. Voy pensando en el amor. Creo que cuando me enamoro la persona no llega en ese momento -ya estaba antes- cuando paseaba por alguna plaza y la rumiaba, o bien mientras preparaba las milanesas en casa y mi mente la iba bosquejando. La persona que llega, llega  amada me parece.
Quizás cuando llega, es porque una es amiga de su soledad y esta dispuesta a compartirla, en la magia de una tarde de junio. Cuando el amor llega, llega amado desde antes, en días de sol y noches - con o sin luna - depende el gusto. 
Mientras tanto mi amiga y yo disfrutamos una de la otra, en lésbica complacencia. Ya que no hay mayor libertad que la de conocerse a si misma.
Él me ve llegar y se enciende de pájaros y orillas, nosotras sonreímos.

1 comentario:

  1. Graciela...............!! Qué linda manera de decir las vivencias. Te hacen creer que fluyes por la vida, como el agua, sin dar batalla, aceptando las cosas, sin aferrarse a nada......

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