viernes, 21 de octubre de 2011

PRIMAVERA




Siempre me gustó agosto. En sus días hay una promesa escondida. Es un aviso del invierno que va acabando y la primavera que viene.

Este año agosto anduvo mezquino en días de sol y septiembre se presento con belleza y brillo de princesa oriental. Bien recargado de luz y jornadas radiantes. En el brillo de sus tardes paseando me encontré con el verde. Todo irradiación de naturaleza pariendo.

El “verde que te quiero verde. Verde viento. Verde rama” de Lorca, al “Hombrecito verde que vive en el país verde” de Laura Devetach. Del verde de envidia (que es un color así como más purulento, de cosa que se descompone). Al verde esperanza (este es mas brillante e irradia). Todo verde, como los cuentos prohibidos de la infancia. Del frágil verdor de las hojitas recién paridas, al oscuro casi negruzco, de las plantas
Perennes, que sin importar la estación defienden sus hojas todo el año. Septiembre es verde, como el chacra del corazón que irradia su luz hacia fuera. Y es la única hembra de todas las estaciones ¡Qué cosa!

Septiembre es primavera y hembra es esta estación. El mundo se muestra en variedades de verde que seria demasiado impreciso tratar de catalogar. Los paraísos le ponen un discreto toque de violeta a las calles. Aquí y allá, algún arbusto abre sus penachos rojos al sol, ambos contrastando en la variada monocromía de la época.  Se mezclan con manchones de blanco, en las flores de algunos árboles que no tienen nombre para mí.
Octubre trajo la lluvia tan necesaria y esperada. Lluvia que moja y limpia las cosas. Que estuvo cantando en mi techo hoy

Desde la ventanilla del colectivo en que viajo, observo a esta Buenos Aires recién lavada, que le hace de espejo al cielo y se pone gris. Los observo en esa conversación que tienen con el agua del cielo. Los veo sacudirse el polvo y acariciar a la amiga, recibirla con fiesta y regocijo. Hay un dialogo entre la lluvia y los árboles que se ve mirando. La ciudad esta recién baldeada y en el gris de la tarde los árboles siguen verdes, destellando agradecidos.

Cuando leo a los maestros hablando de la abundancia infinita del universo, pienso en esta maravilla cosida a primavera que me rodea. Abundancia prolífica que en cuestión de horas viste y glorifica, a lo que hace un momento estaba desnudo. Quien pudiera ser árbol - me digo ­- para vibrar esta energía tan fecunda y generosa.

La nena (mi bici) sacude sus llantas, sabe que le espera. Noviembre traerá los jacarandaes en flor, los tilos, los jazmines derramando su aroma en las veredas. Diciembre traerá sopor de siesta y la vida madura se entregara al sol ardiente del verano.
Pero ahora se despereza y reinventa después del frío del invierno, en arrullos y arrumacos de nuevos amantes y de viejos reencontrados.

Mientras pedaleo por las calles de fiesta, un grito pletórico de dicha y nada poético acude a mi pecho: ¡Pucha que es linda la primavera! Miro mis brotes nuevos y me digo que será cuestión de andar viva por la vida para disfrutarla.

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