viernes, 9 de septiembre de 2011

Un final con beso

Mi cuerpo es una maquina perfecta que me acompaña en cada uno de mis viajes. Subida a la bicicleta me deleito en esta maravilla de respirar y pedalear siguiendo el sol.
Mi cuerpo no soy yo, es la herramienta de la que dispongo para conseguir las cosas en este plano. Es el medio, el recurso. Lo que soy se refugia en esta masa de huesos y músculos y la utiliza para su mayor bien y beneficio. Estoy acá y ahora, dentro de la vagina de esta mujer que va por la vida buscando desde un par de ojos color miel.
El cuerpo acompaña el viaje, lo facilita, pero ¿Qué hacer cuando la maquina comienza a fallar? ¿Como hacer para elegir y construir la propia muerte? Se elige la vida, los amigos, la familia, el trabajo ¿Se puede elegir como envejecer?
– Viejos son los trapos, decían en mi pueblo cuando era chica.
Escribir sobre la vejez y la muerte. Lo segundo no es tarea sencilla, pero hablar de ese tramo del camino que en que el cuerpo empieza a transformarse en otra cosa, me llena de una genuina incertidumbre.
A lo largo de mi infancia tuve muchos tíos. Cada uno con características bien particulares, que los diferenciaban del resto. El “tío Hetor” era petiso, panzón, fanfarrón y agrandado (mi papá siempre lo decía cuando Él no escuchaba) se reía sacudiéndose todo y siempre tenia la solución perfecta para todas las cosas. Hace unos años le dio la enfermedad esa con nombre alemán, que lo fue dejando cada vez más flaco y chiquito. Ahora, desde hace un mes esta internado por una fractura de cadera, que lo tiene navegando entre sabanas blancas, en el hospital Penna. Lo que el tío solía ser se viene desdibujando desde hace tiempo, ahora, atado a la cama ni siquiera se le parece.
Me parece que le esta afectando la vista – dice tía Dolly. No esta acá, le respondo. Su mente enferma lo lleva por otros caminos, que lo mantienen bien lejos, de esta realidad de suero y sondas.
Mirar los estragos que la vejez causa resulta difícil. Después de todo, si tengo suerte, algún día me va a tocar vivirla en vivo y en directo. Llegado el momento, la deuda de pañales descartables y papillas que los hijos que tienen conmigo, prefiero no cobrarla. La vejez es una evolución hacia la muerte. Otro viaje. Dejar esta maquina y volar hacia otro plano. ¿Será que es tan grande el temor a la muerte que se extiende la estadía más allá del cuerpo, hasta donde la dignidad se rinde a los pañales descartables?
La adolescente que soy en unos días cumple cincuenta años (¡Globos, piñata y torta con velitas quiero!) será por eso, que esta mirando a los ojos estas cosas.
Me gusta vivir en mi cuerpo, caminar, comer, pedalear. Me encanta ver el bosque de de trenes y vagones desde la ventanilla del colectivo, el sexo, escribir y bailar. Me gusta ir por la vida con este pelo, esta voz y estos ojos. ¿Pero que hacer cuando la maquina traiciona? Las manos se mueven sobre el papel construyendo montañitas y círculos. Bellas manos que han creado tantas cosas, tantas caricias, tanto trabajo. Bellas, trazando garabatos sobre el papel.
La despedida debería ser como la mejor fiesta de cumpleaños. El patio decorado con luces de todos los colores, la orquesta tocando el más lindo de los valses. Los hijos charlando con las amigas, riendo. Alguna lágrima descuidada que humedezca el suelo de ladrillos. Algún amor que recuerde mi piel en su mejor momento. Un final con beso.
Que así sea… ¡Quiero!

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